Jaime Carrera
Puebla, Pue.- Entre los pasillos del exconvento dedicado a San Juan Bautista aún parecen escucharse los chillidos de las aves que custodian a la “casa de las águilas”: una prodigiosa tierra de 160 kilómetros cuadrados de extensión territorial que apenas rosa el 0.5% de la amplitud total de la entidad.
A pesar de ser un municipio ciertamente pequeño, Cuautinchán es inmenso en cultura, tan sólo el exconvento de estilo renacentista que data del siglo XVI se mantiene de pie aun cuando fue testigo de históricas alianzas, traiciones y batallas en la Independencia y Revolución mexicanas.
Es difícil de imaginar que tan sobria construcción tipo fortaleza con una arquitectura característica de los primeros conventos franciscanos, haya sido saqueada y víctima de daños por armas propias de la época y pareciera que el olor a pólvora se quedó impregnado en sus pilares y estructuras.
El recinto religioso fue terminado en 1593 y 409 años después, en junio de 1999, fue sacudido por un terremoto –más no el único– de siete grados en la escala de Richter que aunque con estragos no lo derrumbó y por el contrario le otorgó más visibilidad y renombre con el paso del tiempo.
En la parroquia del exconvento se encuentra el retablo más viejo de América Latina, relatan historiadores apasionados de la vida y obra de quienes consolidaron a Cuautinchán que junto con Tecali de Herrera y Tepeaca forman el “Triángulo de Oro” con inmuebles que datan del siglo XVI.
En el dintel –elemento que sirve de sostén de un muro– de la puerta de salida al portal de peregrinos, hay una pintura en cuyos extremos se observa un jaguar y un águila, aunque el sincretismo se hace presente y al centro yacen La Anunciación con el arcángel San Gabriel.
La historia de Cuautinchán es amplia y variada: su fundación data del siglo IX cuando en la zona se establecieron las tribus Olmecas-Xicalanca y en el siglo X, los Toltecas-Chichimecas. El INAH aún resguarda documentos cartográficos que hablan de las andanzas de las primeras poblaciones.
En la ahora plaza central a escasos metros del exconvento es común escuchar hablar a los octogenarios del famoso encuentro del jaguar y el águila en una cueva cercana a Tepeaca, el cual habría originado la alianza de las civilizaciones que justo le dieron su renombrada grandeza al sitio.
Una cueva, por cierto, es remarcada en el centro de uno de los antiguos mapas y en donde se observan caminos de huellas humanas, además se aprecia la representación de una serranía –la de Amozoc–, de la cual descienden arroyos intermitentes en medio de un arbolado paisaje.
Después de su máximo esplendor y poderío prehispánico, a fines de julio de 1520 cuando Cuautinchán fue conquistado por Hernán Cortés, es como comenzaría la otra historia del municipio: la confluencia de la evangelización, las guerras y la migración en un solo lugar.
Un amenazante virus tarde o temprano se irá y ahí estarán los cuautlinchacas para recibir a cientos de turistas y festejar en las calles, con cánticos, rezos y juegos pirotécnicos, con muchos mitos, historias y leyendas, con su comida, su cultura y sus inmensas y coloridas tradiciones.